Tommy John, uno de los pitchers más hábiles y perdurables en la historia del beisbol, jugó veintiséis temporadas en las ligas mayores. ¡Veintiséis temporadas! En su primer año, Kennedy era presidente; en su último año, lo era George
H. W. Bush. Fue lanzador con Mickey Mantle y con Mark McGwire.
Ése fue un logro casi suprahumano. Pero él fue capaz de conseguirlo porque era muy bueno para hacerse a sí mismo y a los demás, en formas variadas, una insistente pregunta: ¿Hay una posibilidad? ¿Tengo una oportunidad? ¿Hay algo que pueda hacer? Todo lo que buscó siempre fue un sí, por ligera, tentativa o provisional que fuera la oportunidad. Si había una posibilidad, él estaba listo para aprovecharla y hacer buen uso de ella; listo para invertir su mayor esfuerzo y energía en hacerla fructificar. Si el esfuerzo afectaba el resultado, Tommy John daba la vida en la cancha antes que dejar pasar esa oportunidad.
La primera vez fue a media temporada de 1974, cuando se lastimó el brazo, con un daño permanente en el ligamento colateral cubital de su codo lanzador. Hasta ese momento en el beisbol y la medicina deportiva, cuando un pitcher se lastimaba el brazo, estaba acabado. La llamaban una lesión de “brazo muerto”. El partido había llegado a su fin.
John no aceptó eso. ¿Había cualquier cosa que pudiera darle la oportunidad de volver al montículo? Resulta que sí la había. Los médicos sugirieron una cirugía experimental en la que intentarían reemplazar ese ligamento en su brazo lanzador por un tendón del otro brazo. ¿Qué posibilidades tengo de regresar después de esta cirugía? Una de cien. ¿Y sin ella? Ninguna en absoluto, le dijeron.
John podría haberse retirado. Pero había una entre cien posibilidades. Con rehabilitación y entrenamiento, la oportunidad estaba parcialmente bajo su control. La aprovechó. Y ganó 164 partidos más en las trece temporadas siguientes. Esa operación se conoce ahora como la cirugía Tommy John. Menos de diez años después, John hizo acopio del mismo espíritu y esfuerzo que había reunido para su cirugía de codo cuando su hijo cayó espantosamente de la venta a de un tercer piso, se tragó la lengua y estuvo a punto de morir. Incluso en el caos de la sala de urgencias, con médicos convencidos de que era probable que el chico no sobreviviera, John le recordó a su familia que así pasaran un año o diez, no se darían por vencidos hasta que no quedara absolutamente nada que hacer. Su hijo se recuperó por completo.
Para John, su carrera en el beisbol pareció llegar a su fin en 1988, cuando, a los cuarenta y cinco años de edad, fue echado de los Yanquis al término de la temporada. Tampoco aceptó esto. Le llamó al entrenador y le preguntó: si se
presentaba en el entrenamiento de la primavera siguiente, ¿se le consideraría debidamente? Se le dijo que a su edad ya no debía practicar ese deporte. Él repitió la pregunta: Sea franco conmigo: si me presento, ¿me darán una oportunidad? Los funcionarios del beisbol respondieron: Sí, de acuerdo; lo tomaremos en cuenta.
Así que Tommy John fue el primero en presentarse en el campo. Entrenaba muchas horas al día, aplicaba cada una de las lecciones que había aprendido durante una práctica de un cuarto de siglo de ese deporte y contribuía al bien del equipo, en su calidad de jugador más veterano. Fue alineado en el primer partido de la temporada y ganó, permitiendo apenas dos carreras en siete entradas en Minnesota.
Las cosas que Tommy John podía cambiar —cuando tenía una oportunidad — merecían el cien por ciento de su esfuerzo. Les decía a los entrenadores que moriría en la cancha antes que renunciar a ella. Sabía que, como atleta profesional, era su deber señalar la diferencia entre lo improbable y lo imposible. Ver esa minúscula distinción fue lo que hizo de él quien era. Para beneficiarse de ese mismo poder, los adictos en recuperación aprenden la Oración de la Serenidad.
Señor, dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que sí puedo y sabiduría para distinguir la diferencia.
Así es como se concentran en sus esfuerzos. Es mucho más fácil combatir la adicción cuando no tienes que combatir al mismo tiempo el hecho de que naciste, de que tus padres fueron unos monstruos o de que lo perdiste todo. Eso ha quedado atrás. Terminó. Hay cero posibilidades entre cien de que puedas cambiarlo. ¿Y si, al contrario, te concentraras en lo que sí puedes cambiar? Es ahí donde puedes hacer una diferencia.
¿Y qué depende de nosotros?
Nuestras emociones; nuestros juicios; nuestra creatividad; nuestra actitud; nuestra perspectiva; nuestros deseos; nuestras decisiones y nuestra determinación.
Éste es nuestro campo de juego, por así decirlo. Todo lo que hay ahí es juego limpio.
¿Qué no depende de nosotros?
Bueno, ya lo sabes: todo lo demás… El clima, la economía, las circunstancias, las emociones o juicios de los demás, las tendencias, los desastres, etcétera. Seguimos conectada/os! Un abrazo de alas !🦋.

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