La difícil decisión de emigrar a otro lugar

Hace un tiempo atrás escribí en mi cuenta personal de Instagram lo dificil que es emigrar a otro país… “Emigrar es un golpe duro al ego y no hablo de egolatría o prepotencia, sino del concepto psicológico, es decir, el yo. Es un golpe al yo.

Porque cuando sales de tu país todo es nuevo, todo es bueno y cualquier cosa es un aprendizaje, pero a su vez debes aprender a vivir la falta de aquello que considerabas tuyo.

Es un sentimiento dividido ya que eres feliz con lo que tienes y a su vez te falta todo. Diría cualquier psicólogo ‘tienes el yo dividido’. Emigrar es asumir una nueva cultura intentando proteger la tuya, adaptándote al otro sin dejar de ser tú.

Comes la comida típica de ese país pero extrañas lo tuyo, y aunque consigues más cosas que en tu propio país, la comida no te sabe igual.

Emigrar es ser nadie cuando ya eres alguien, ser sin tener y tener sin saber.

Es bailar y extrañar tu música, mientras ves en la tele los noticieros del país que ahora es tuyo.

Emigrar es que tú mejor amiga te diga que escuchó a Pablo Alborán y se sintió nostálgica porque te perdió, porque ya no estás a su lado, allí con ella.

Emigrar es que tú abue y tu mamá te diga que te extrañan y te quieren mucho y se te arrugue el corazón.

Emigrar es tener un miedo enorme de que un día te llamen y te digan que le pasó algo a tu mamá, tú abue, tus hermanas o sencillamente ver que cumplen años, que están todas reunidas cocinando y que tú simplemente no estás allí.

Emigrar es que tus compañeros de trabajo o a quienes conoces en este “pequeño entorno que día a día luchas por construirte” pero que cada quien tiene su vida, sus amigos, su familia y sencillamente eres una especie de bicho raro que no termina de encajar allí.

Emigrar es que tu país está realmente jodido y que tus amigos que aún siguen allí o aquellos que emigraron igual que tú solo están tratando de sobrevivir, entonces puedes pasar tiempo sin hablar o sin escribirles, pero eso no significa que los olvides; todo lo contrario, los tienes en tus oraciones porque los extrañas y quieres un montón.

Emigrar es un proceso de adaptación que no sabes cuándo va a terminar….”.

Como respuesta a mis palabras, recibí una grata sorpresa, un escrito de un amigo y compañero de trabajo. Lamentablemente, al haberme ido de la empresa perdimos el contacto… Pero de su compañerismo, su humildad y sencillez siempre tendré gratos recuerdos. He aprendido que vendrán muchas personas a tu vida, todas las personas que conozcas ya sean por un tiempo fugaz o por un tiempo más largo, te enseñaran cosas, a veces son mínimas, a veces son lecciones que te servirán para afrontar un futuro cercano, u otras te enseñaran lecciones para toda tu vida. De igual forma, tú llegarás a la vida de las personas por alguna razón, tú también les dejarás algo, le enseñarás algo. En esta vida todos somos maestros y estudiantes… No sé si el llegará a leer algún día este post, pero tan hermosas líneas deben ser compartidas, así que hoy decido compartirlas contigo, espero las disfrutes. Seguimos conectados! Un abrazo de alas !🦋.

Hace unos días, una amiga publicaba en las redes sociales un consternado pensamiento sobre la emigración. Como respuesta proactiva a ese manifiesto, nacen estas letras, como un abrazo a su desaliento para conformar una carta de manifestaciones sin exhibición pública, una declaración de principios sin final, en definitiva, una opinión subjetiva de alguien que, también en algún momento, extravió su identidad para convertirse en un simple número de expediente en la oficina de inmigración.

A menudo, los que nos hemos visto en la necesidad de migrar, tenemos que enfrentamos a una realidad desconocida, mientras nos vemos abocados a un apresurado proceso de aprendizaje para la supervivencia; el adaptarse o morir de Charles Darwing. Un proceso tan rápido, que cuando intentas asimilarlo, ya lo has interiorizado en tu cotidianidad.

La capacidad de mimetización que tiene el ser humano es asombrosa, incluso en las desavenencias, y esto sucede desde el amanecer de los tiempos, donde el hombre, no como género (porque ya sabemos que todos los hombres son iguales), sino como especie, se ha visto involucrado en un continuo ir y venir que le ha hecho readaptarse continuamente a nuevas condiciones. Obviamente, que nos adaptemos (o no) no quiere decir que tengamos que olvidarnos de todo lo anterior en nuestras vidas.

Se trata de integrar, de sumar, no de anular o sustituir. Lo material no es útil para el viaje que emprendemos, pero lo sentimental se vuelve esencial. Tenemos que sacar de las maletas algunas de nuestras pertenencias para evitar el sobre equipaje, pero nos vemos obligados a cargar con los recuerdos, que pesan aún más que aquello que dejamos. Y así, una vez iniciado el viaje, todos, en menor o mayor grado, desarrollamos ingénitamente, un Ulises que no cesa en su búsqueda para encontrar el camino de vuelta a Ítaca.

Siempre estamos queriendo regresar a algún lugar, o a algún otro momento del tiempo, o junto a alguna persona. Por ello, pienso que la aspereza del asunto, cuando te encuentras desplazado físicamente de tu lugar de procedencia, de tu hábitat, no radica solamente en extrañar a tu familia, a tus amigos, a las comidas, o los bailes, o el clima, incluso el léxico innato. No, estoy convencido de que es igualmente traumática la forma en la que, en ocasiones, tenemos que pasar por ese trance.

No solo me estoy refiriendo a las condiciones por las que uno tiene que emigrar, con sus diferentes denotaciones (no es lo mismo migrar de la mano de un contrato de trabajo que te aportará un bienestar profesional y económico, que migrar porque esa oportunidad no la has podido obtener en tu país, o porque simplemente, tu vida o la de tus seres queridos, puede verse comprometida por el mero hecho de pensar, ser o amar diferente), o a la constante incertidumbre a la que te ves expuesto por tu condición de extranjero (similar al bochorno que tenías que pasar, cuando de niño, en el patio del colegio un compañero decidía a quién si y a quién no invitaba a su fiesta cumpleaños, señalándote con el “tú no”); sino a estar o no acompañado en este deambular.

La condición de estar o de sentirnos solos, nos hace más vulnerables al miedo, más expuestos a los recuerdos, más sensibles a las ausencias. La soledad, puede hacer cuestionarnos lo que somos y dudar de lo que fuimos o podemos llegar a ser, solo porque hay individuos que piensan que por estar antes que nosotros en un lugar, en un momento, o por tener unas condiciones físicas, sociales, intelectuales diferentes (ni mejores ni peores), tienen el derecho a juzgarte, a inventarse tu vida, tus necesidades, a sentir compasión por ti; en definitiva, a adjetivarte para saberse diferentes y hacértelo saber. Sin embargo, el concepto de soledad no siempre se evita estando acompañado, es un estado de ánimo que te sobreviene, y que al igual que la emigración, se convierte en un proceso que no sabes cuándo va a terminar… […]

Un abrazo, JMM.

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